EL TIMO DE GUERNICA
Publicado por Jesús Laínz en Libertad digital el 11.04.2017
Es casi una vulgaridad repetirlo, de tan repetido que está. Pero si hay un caso que demuestra lo atinado de aquella frase sobre la verdad como la primera víctima de las guerras, ese caso es, sin duda, el del bombardeo de Guernica hace ahora ochenta años. Porque aquel bombardeo no fue ni el primero ni el último ni el más importante ni el más letal de la Guerra Civil, de no importa qué bando, pero sin duda fue, y sigue siendo, el más conocido en todo el mundo por la propaganda posterior y, fundamentalmente, por el hecho de que Picasso pintase sobre él uno de los cuadros más famosos de todo el siglo XX.
En aquel abril de 1937 las tropas nacionales avanzaban hacia un Bilbao en el que los peneuvistas de José Antonio Aguirre maniobraban a espaldas de sus aliados republicanos para traicionarlos y rendirse por separado; Mola y Franco libraban su pulso particular para demostrar quién mandaba más; y aviadores italianos y alemanes hacían su guerra en ocasiones algo desconectados del mando nacional.
El número, clase y nacionalidad de los aviones participantes, la cantidad y clase de bombas arrojadas, el tiempo que duró el bombardeo y otros detalles militares han sido repetidos, analizados, alterados, descritos y citados en un millón de ocasiones, así que pasaremos de puntillas sobre ellos para no aburrir innecesariamente con datos técnicos.
Una de las cuestiones más debatidas ha sido la de si Guernica podía ser considerado objetivo de interés militar o no. La propaganda republicana insistió en la respuesta negativa para denunciar lo que consideraba un ejemplo de la barbarie fascista sobre la población civil. Y muchos autores siguen insistiendo en ello. Pero no parece demasiado sostenible dada la presencia en Guernica de cuarteles, varios cientos de soldados, fábricas de armas –que no fueron el principal objetivo por el obvio interés de los nacionales en mantenerlas operativas– y, sobre todo, el puente sobre el río Oca que se pretendió destruir para dificultar la retirada de los soldados republicanos.
Por el contrario, la alegación de que sólo se pretendió destruir el puente tampoco parece sostenible, entre otros motivos por las cínicas palabras del comandante de la Legión Cóndor, Wolfram von Richtofen, cuando, algún tiempo después, reconocería que "en Guernica me comporté de una forma muy maleducada".
Tampoco parece sostenible que la gran destrucción de la ciudad fuese debida a las bombas, pues los testigos presenciales relataron que la mayor parte de la ciudad no fue afectada y que la devastación fue debida al incendio posterior, que no fue atajado con diligencia por unos bomberos que llegaron demasiado tarde y se fueron demasiado pronto sin haber apagado los focos existentes.
Evidentemente, tampoco fue cierta la versión nacional de que Guernica había sido quemada por los republicanos en fuga, si bien es cierto que contaban con los antecedentes de Eibar e Irún para sospecharlo en un primer momento.
Una de las más insistentes mentiras ha sido la de que se trató de una decisión de Franco y Mola para arrasar simbólicamente al pueblo vasco mediante la destrucción del centenario roble y la Casa de Juntas. Pero cuando Mola se enteró de la acción decidida por von Richtofen estalló de indignación. Franco también se enfadó por la indisciplina de la Legión Cóndor pero no dijo nada para no enfrentarse con sus aliados alemanes. Y dos semanas después de lo de Guernica, el 10 de mayo, reiteró la orden que ya había dado anteriormente:
"No deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire".
Y respecto a la voluntad de arrasar los símbolos forales vascos, éstas fueron las palabras de José Antonio Aguirre al día siguiente:
"Los aviadores alemanes al servicio de los facciosos españoles han bombardeado Guernica, incendiando la histórica villa que tanta veneración tiene entre los vascos. Nos han querido herir en lo más sensible de nuestros sentimientos patrios, dejando una vez más de manifiesto lo que Euzkadi puede esperar de los que no vacilan en destruir hasta el santuario que recuerda los siglos de nuestra libertad y nuestra democracia".
Y éstas, la del periodista británico George Steer, quizá el principal creador del mito de Guernica por su artículo The tragedy of Guernica publicado en The Times:
"El objetivo del bombardeo ha sido la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca".
Verborrea heroica aparte, para desmentir lo sostenido por ambos baste el hecho de que Mola, al entrar sus tropas en la ciudad dos días después, ordenó la inmediata protección del árbol y la Casa de Juntas por una guardia de requetés.
Especialmente importante ha sido, tanto entonces como hoy, el baile de cifras de fallecidos. Significativamente, la prensa bilbaína y los primeros testigos hablaron de pocas víctimas, incluido el mencionado Steer.
Pero pronto llegarían los ceros. Varios periódicos ingleses y estadounidenses, interesados en agrandar la amenaza alemana, llegaron a ochocientas y novecientas víctimas. En Francia, L’Humanité alcanzó las dos mil. José de Labauria, el alcalde peneuvista de Guernica, anunció por Radio Bilbao que habían muerto "miles y miles". Un folleto propagandístico editado por el gobierno de la República para informar del bombardeo en el extranjero concretó más: 1.654 muertos y 889 heridos. En su libro De Guernica a Nueva York, publicado en 1944, Aguirre corrigió al alza: dos mil. Su correligionario Pedro de Basaldúa, en un libro paradójicamente titulado En defensa de la verdad, fue aún más lejos: hasta los tres mil. Indalecio Prieto, en su artículo de 1955 Guernica la mártir, quedose en los dos mil. Y varias décadas más tarde Hugh Thomas lo cifró, sorprendentemente, entre cien y mil seiscientos, manifestando su preferencia por el millar. Como contraste, Ricardo de la Cierva escribió en 1970 que "no llegaron a una docena".
Pues bien, Jesús Salas Larrazábal, historiador que acudió a los registros civiles y a los de entierros y fallecidos en el hospital de Basurto en aquellos días, fijó la cantidad en ciento veinte. Posteriormente, el periodista Humberto Unzueta confirmó los ciento veinte apuntados por Salas, de los que identificó con nombres y apellidos a ciento quince; y la asociación Gernikazarra ha considerado en los últimos años que la cifra podría llegar hasta aproximadamente el centenar y medio.
Pero lo más importante de todo es la utilización que de Guernica sigue haciéndose hoy. Pues el PNV ha exigido en numerosas ocasiones que España pida perdón por el bombardeo, como lo hiciera en 1997 el presidente alemán Roman Herzog. Pero no se comprende bien por qué España ha de pedir perdón por semejante cosa. ¿Acaso era el bando llamado nacional el que representaba a España? ¿No habíamos quedado en que se trataba del bando golpista contra el gobierno legítimo de la República? Si fue así, el bando que representaba España tendría que haber sido el otro, aquel en el que precisamente militaban los peneuvistas. Pero si se empeñan en atribuir la cualidad de "España" al bando nacional, entonces estarán dando la razón a Franco, al cardenal Gomá y a tantos otros que, tanto entonces como en décadas posteriores, definieron al bando republicano como la anti-España. Además, por ese camino se podría empezar a exigir perdones a diestro y siniestro, empezando por el que debería pedir el PNV por los cientos de asesinados en las cárceles y barcos-prisión a su cargo. Y al PSOE y el PCE, únicos partidos, junto con el PNV, que continúan existiendo desde entonces, por la orgía de sangre que desataron en retaguardia durante los tres años de guerra.
El bombardeo de Guernica –al que Aguirre otorgó la categoría de "el más brutal asesinato registrado jamás"– da para mucho. Pues el mundo batasuno ha aprovechado en alguna ocasión aquel mitificado acontecimiento para comparar la Audiencia Nacional con la Legión Cóndor. E incluso ha servido para legitimar los crímenes de ETA. Por ejemplo, el número de diciembre de 1970 de la revista Sabindarra, editada por nacionalistas afincados en Venezuela, rezaba así en su portada:
ESPAÑA ASESINA. España destruyó Gernika y Durango. GORA EUZKADI AZKATUTA. MUERA ESPAÑA. LA JUSTICIA QUE EL MUNDO NO HIZO (España no estaba entre los criminales del juicio de Nuremberg) CONTRA LOS CRIMINALES DE GERNIKA OBLIGÓ A LOS VASCOS CONDENADOS A MUERTE EN BURGOS A LUCHAR POR SALVAR EUZKADI. ¡MUERA ESPAÑA!
El historiador Alberto Reig fijó la clave de la cuestión en su artículo de 1987 Guernica como símbolo:
Guernica se ha convertido en una bandera ideológica por encima de su estricta realidad histórica (…) El bombardeo de Guernica no sólo tiene un enorme significado político, más allá de la estricta realidad de los hechos, sino que también ha pasado a representar un hito más en la lucha del pueblo vasco –a lo que ha contribuido determinantemente el régimen franquista– por su reconocimiento pleno como comunidad diferenciada, frente al torpe nacionalismo unitarista del fascismo español.
Es decir, que el bombardeo de Guernica demuestra una vez más, lamentablemente, que lo importante no es la veracidad con la que se relaten los hechos, sino el sentimiento que se provoca con el relato y el rédito político que se pueda sacar de ello
LA SEGUNDA REPÚBLICA DE TIMO A MITO
Publicado por Jorge Vilches en VozPopuli
http://www.vozpopuli.com/opinion/Segunda-Republica-mito-timo_0_1016599428.html
El mito es una falsedad para sostener un discurso político. En eso han convertido la Segunda República ciertos historiadores, algunos partidos y unos cuantos medios. La distancia y el acercamiento crítico a los hechos nos muestra otra cosa.
Un tribunal ha obligado al alcalde de Cádiz, José María González, más conocido como “Kichi”, a retirar la bandera tricolor de un lugar público. El dirigente podemita alegó que se trataba solamente de una referencia histórica –como hizo el año pasado–, pero es dudoso que, con el mismo ánimo de recordar la Historia, el próximo 18 de Julio ponga la rojigualda con el águila de San Juan. Otro tribunal ha impedido que el gobierno de Navarra, otrora cuna de los requetés que se batían por el “Dios, Patria, Rey”, hiciera lo mismo. Tenemos también al impagable diputado Alberto Garzónhaciendo bolos por todo el país para blanquear el comunismo republicano, como si el PCE, entre su fundación y 1956, hubiera alguna vez luchado por una República que no fuera soviética.
Aquel periodo nada tuvo que ver con la democracia, la reforma o la libertad, y sí con la violencia, el exclusivismo y el ajuste de cuentas
Todo este esperpento procede de la mitificación de la Segunda República, que aquí se ha pasado a historiar como la “antiEspaña” por los franquistas y posfranquistas, y como la culminación buenista por los izquierdistas. Dejando aparte el teatro dramático de polemistas como Pío Moa y Ángel Viñas –que viven de la bronca, retroalimentándose como si fueran trolls tuiteros o personajes de un talk-show de La Sexta-, lo cierto es que aquel periodo nada tuvo que ver con la democracia, la reforma o la libertad, y sí con la violencia, el exclusivismo y el ajuste de cuentas.
La Segunda República es un mal ejemplo democrático, pero la hegemonía cultural de la izquierda, que ha tomado la educación, las artes y los medios, nos lo han presentado de otra manera. Ahora que se aproxima el 14 de abril, y que veremos recordatorios mediáticos y callejeros, voy a repasar algunas de estas cuestiones.
La bandera republicana
La sustitución de la tricolor por la rojigualda fue por decretazo, con fecha del 27 de abril de 1931, de un Gobierno autoproclamado, provisional, que nadie había elegido. El gran JosepPla, entonces por Madrid, escribió que el 14 de abril, cuando Alfonso XIII ya se había ido, la izaron en el Palacio de Comunicaciones unos funcionarios, quienes, decía, “solo tienen de bandera el sueldo”. Los madrileños la miraban preguntándose qué era aquello. Pla no exageraba porque era el emblema de la Conjunción republicana; esto es, de una parte.
Miguel Maura, que fue ministro de la Gobernación en aquel primer Ejecutivo republicano, dejó escrito que no pensaban cambiar la bandera porque entrañaba “problemas de todo tipo”, pero que se dejaron llevar por el ímpetu de algunas autoridades locales, como la de Barcelona. Luego buscaron un anclaje histórico falso: no era el morado de Castilla ni se creó durante la Primera República (1873).
El general Vicente Rojo, el último defensor del Madrid “republicano”, escribió tras la guerra que la nueva bandera había sido un error
El general Vicente Rojo, el último defensor del Madrid “republicano”, escribió tras la guerra que la nueva bandera había sido un error: la rojigualda no representaba a la monarquía, como dijeron, sino a la nación, que la hicieron suya los que desde 1808 lucharon por la libertad. La republicana, concluía, no fue una aspiración popular, era partidaria y dividía España.
La imposición trajo muchos problemas porque no fue el resultado de un referéndum, ni de una votación parlamentaria, ni contó con un informe técnico como sí había tenido el cambio del escudo en 1869. El gobierno arrestó a los que portaban la rojigualda o escribían a su favor, y se produjeron quemas de la tricolor como protesta.
La cultura del odio
En la España de la Segunda República se desarrolló lo que Mosse llamó “brutalización de la política”, con una “banalización de la violencia”, tal y como contó Arendt. El socialismo bolchevizado de Largo Caballero, que contó con la complicidad ocasional de Indalecio Prieto, el comunismo y el anarquismo, alimentaron los peores instintos posibles en la incipiente sociedad española de masas: el odio. El aplastamiento del enemigo era una forma de librar al Progreso de un obstáculo para llegar al Paraíso. De ahí la tolerancia hacia la violencia de abajo, y la planificación de violencia desde arriba, como en 1934, así como la más dura represión, como en Casas Viejas. Y es que la violencia partió mayoritariamente del lado izquierdista.
El liberalismo y el parlamentarismo eran fantasmas en aquella España, sustituidos por la cultura del odio
La quema de iglesias, sedes políticas y periódicos –solo 18 entre febrero y julio de 1936-, así como los asesinatos políticos –un total de 2.250-, asaltos y palizas, fueron muy frecuentes. Los anarquistas se levantaron en cuatro ocasiones contra la República gobernada por los socialistas antes de 1934. También contó con el pronunciamiento chusco del general Sanjurjo, las continuas declaraciones del estado de guerra –hasta 18-, y la violencia verbal en las Cortes.
El liberalismo y el parlamentarismo eran fantasmas en aquella España, sustituidos por la cultura del odio, en la que un acto violento era un instrumento político en nombre del pueblo, la patria, la raza o el proletariado.
Más censura que nunca
Desde el primer día. La Ley en Defensa de la República (octubre de 1931) tipificaba como delito la difusión de noticias que el gobierno entendiera que podían perturbar “la paz o el orden público”, que despreciaran “las instituciones u organismos del Estado”, o hicieran “apología del régimen monárquico”. Aquello era un atentado a la libertad, como dijeron algunos diputados, a lo que Azaña contestó que había periodistas que eran “monas epilépticas que por equivocación llevan el nombre de hombres” y que estaba dispuesto a “romper el espinazo al que toque la República”.
La suspensión de periódicos de todo tipo y las multas para forzar su cierre, a pesar de la censura previa, eran más que frecuentes
La suspensión de periódicos de todo tipo y las multas para forzar su cierre, a pesar de la censura previa, eran más que frecuentes. El gobierno de Azaña prohibió a la prensa que llamara “asesinato” a la muerte del diputado Calvo Sotelo, pero no a la del teniente Castillo. El periódico Ya se saltó la prohibición y fue suspendido. La libertad de prensa y expresión retrocedió en España durante la Segunda República en comparación con la existente durante la Restauración.
El voto y las elecciones
Casi toda la izquierda se opuso a que la mujer votara. No hace falta más que leer a Clara Campoamor frente a la socialista Victoria Kent y la comunista Margarita Nelken. El argumento en contra era que la mujer –como si fuera un sujeto colectivo, muy parecido, por cierto, a cómo lo aborda ahora la perspectiva de género- era prisionera del confesionario, y que votaría lo que dijeran los curas.
Claro, preferían el púlpito de los mítines socialistas o comunistas de sus religiones laicas. Luego se produjo la persecución de Campoamor –recomiendo su obra “El voto femenino y yo. Mi pecado mortal” (1936)- por parte de las izquierdas, con insultos machistas, vejaciones y apartamiento de la política porque la culpaban de la victoria de la derecha en 1933.
Los frentepopulistas asaltaron los colegios electorales, violaron la documentación, tacharon resultados y pusieron otros
A esto añadimos el fraude en los resultados electorales de febrero de 1936. La ola de violencia que rodeó la primera vuelta, el 16 de ese mes, hizo que el presidente Portela dimitiera, y Alcalá Zamora lo sustituyó en pleno proceso electoral por Manuel Azaña, uno de los jefes del Frente Popular. Ante su pasividad –por ser benévolo-, los frentepopulistas asaltaron los colegios electorales, violaron la documentación, tacharon resultados y pusieron otros.
No contentos con esto, y tras una segunda vuelta en la que la derecha, la CEDA en particular, bajó los brazos, la Comisión de Actas quitó por “convicción moral” 50 escaños a sus enemigos y se los atribuyó al Frente Popular con la connivencia de Azaña y Prieto. Así consiguió mayoría absoluta. Esto no justifica el golpe de Estado del dictador Franco y compañía, sino que deja en su sitio antidemocrático a la Segunda República.
El mito
El mito es una falsedad para sostener un discurso político. En eso han convertido la Segunda República ciertos historiadores, algunos partidos y unos cuantos medios. La distancia y el acercamiento crítico a los hechos nos muestra otra cosa. Y eso que, por falta de espacio, no hablo del papel deplorable que tuvieron las élites, tanto de la derecha como de la izquierda –como señaló el sociólogo Juan José Linz–, ni de otros “agentes sociales”. Dejémoslo aquí.
Lejos del supuesto paraíso de libertades de este régimen democrático, entre 1931 y 1936 abundaron las amenazas a periodistas, las multas a órganos de prensa y los cierres de muchas cabeceras importantes como ABC
«La suspensión gubernativa de ABC ha durado nada menos que tres meses y medio, ¡quince semanas! Ni en los tiempos de Calomarde, ni en los de Narváez, ni en los de Primo de Rivera; durante todos los gobiernos de seis reinados y de dos Repúblicas se aplicó jamás a un periódico una sanción gubernativa tan dura sin justificación legal». Este editorial del 30 de noviembre de 1932 era la respuesta de este periódico a uno de los golpes más duros que ha recibido la libertad de prensa durante el siglo XX: la suspensión e incautación de más de 100 publicaciones, de un solo golpe, y en un solo día, por parte del Gobierno de Azaña tras la sublevación del general Sanjurjo.
La medida no era ni la primera ni la última de las que se establecieron durante la Segunda República contra los periódicos que alzaron la voz contra el nuevo régimen. Más allá del paraíso de libertad de expresión que pueda suponerse para un régimen democrático y constitucional, lo cierto es que el régimen establecido el 14 de abril de 1931 estuvo plagado de amenazas a periodistas por parte de la Administración, multas económicas a los órganos de prensa que no eran afines al Gobierno, cierres por semanas e incluso meses de cabeceras importantes, secuestro de ejemplares, encarcelamiento de directores, censura previa y todo tipo de presiones y actuaciones que rozaban a veces el absurdo. Y eso que España acababa de salir de una dictadura, la de Primo de Rivera.
En Ávila, por ejemplo, un diario fue sancionado por reclamar que la entrada a los museos fuera gratuita los domingos, lo que fue considerado parte de una «campaña contra la República». Y tanto en ABC, que fue censurado y multado en varias ocasiones por defender su ideas –«Seguimos y permaneceremos donde estábamos: con la Monarquía constitucional y parlamentaria, con la libertad, con el orden, con el derecho, respetuosos con la voluntad nacional…», decía el editorial histórico el 15 de abril de 1931– como en otros muchos periódicos, comenzaron a alzarse las protestas contra esta falta de libertad de expresión.
Censura por encima de la Constitución
La respuesta del Gobierno, la misma: semanarios como «Blanco y Negro», diarios nacionalistas como «Euzkadi» o «Bizkaitarra», o católicas como «La Gaceta del Norte», «Adelante» o «La Tarde» y otros como «La Ribera Deportiva», «El Fusil», «El Siglo Futuro» fueron reprimidos de alguna u otra manera. Da igual la tendencia, todos eran susceptibles de atentar contra el orden establecido y todos sufrieron la mano censora del régimen.
Con la «Ley de Defensa de la República» muchos periódicos fueron censurados
Aunque la «Ley de Defensa de la República» y la «Ley de Orden Público» de octubre de 1932 fueron consideradas impropias de un sistema democrático por muchos historiadores, lo cierto es que ya antes Niceto Alcalá-Zamora había arremetido contra la prensa. La primera, en mayo, después de que la Guardia Civil reprimiera una manifestación anarquista en la que murieron ocho personas. A raíz de aquello, las autoridades se dedicaron a amenazar a los periódicos con su cierre si contaban la noticia.
La «Ley de Defensa de la República» endureció estas medidas y nuevos periódicos fueron censurados. El ministro de Gobernación, Casares Quiroga, trató de tranquilizar a los periodistas, con los que llegó a reunirse, para asegurarles que el Gobierno quería respetar la libertad de crítica en la prensa. Un mes más tarde, ABC era multado con 1.000 pesetas y sufría una nueva suspensión de tres días. «Yo no hubiera querido sancionar a la prensa –dijo Quiroga–, pero ante los ataques a las Cortes Constituyentes, que tienen que merecer de todos el máximo respecto, he tenido que obrar en la forma que he dicho».
Muchos historiadores han coincidido que hasta su anulación en 1933, la «Ley de Defensa de la República» era impropia de un sistema democrático, máxime con una Constitución que decía: «Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujetarse a la previa censura».
La primera sanción a ABC
Los diarios católicos, monárquicos y antirrepublicanos, en la primera etapa, y los de tendencia contraria tras la victoria del centro-derecha en las elecciones de noviembre de 1933, en la segunda, encontraron muchísimas dificultades para salir a la calle o reaparecer tras una suspensión.
La primera incautación le costó a ABC más de 830.000 pesetas
Para hacerse una idea, la primera suspensión e incautación de ABC, el 10 de mayo de 1931, después de que Juan Ignacio Luca de Tena, su director, acudiera a una reunión en el Círculo Monárquico Independiente, le costó al periódico más de 830.000 pesetas. Y la suspensión de tres meses y medio en 1932, casi 2.400.000 pesetas de la época, pues los 837 obrero, los 67 redactores y los 81 empleados que tenía en aquel entonces este periódico continuaron cobrando sus sueldos.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República española. Un par de meses antes, el 10 de febrero, se había publicado en el diario “El Sol” el manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República. El régimen de la monarquía de Alfonso XIII había naufragado. ¿Qué pasó?
Retrocedamos un poco. En 1930, y a pesar de que España conoce ese año el mejor momento económico de su Historia, el Rey decide prescindir del general Primo de Rivera, que gobernaba el país en régimen dictatorial desde 1923: la “dictablanda”, como se llamaba. ¿Por qué? Porque, al margen de los buenos datos económicos, en las elites del país había un intenso clima de inquietud, de desazón.
La crisis de la dictadura
¿Por qué se desmoronó el régimen de Primo de Rivera? Más por razones internas que por razones externas. Desde su proclamación en 1923, la dictadura había tenido que hacer frente a demasiadas asechanzas. Y las más peligrosas para el general no eran las de la izquierda, pues ésas había sabido combatirlas, sino las que venían del propio ámbito castrense. El éxito militar del desembarco de Alhucemas, que puso fin a la guerra de Marruecos, calmó las cosas, pero sólo aparentemente: un año después de Alhucemas, los militares volvían a conspirar y esta vez nada menos que con el vetusto general Weyler, el de la guerra de Cuba. ¿Y por qué conspiraban los militares contra Primo de Rivera? Porque éste se había propuesto institucionalizar el régimen: creación de la Unión Patriótica en 1924 como partido del sistema, nombramiento de una asamblea nacional en 1927, redacción de una constitución de corte corporativista y neo-tradicional en 1929… Y todo eso, que molestaba sobremanera a las izquierdas, no molestaba menos a los sectores privilegiados del sistema de la Restauración, que de ningún modo querían cambios en su status. La crisis mundial de 1929, que triplicó el valor de la peseta respecto a la libra esterlina, focalizó el malestar.
El propio rey Alfonso XIII manifestó a Primo de Rivera la conveniencia de que se marchara. El dictador presentó su dimisión al rey en enero de 1930. Alfonso XIII le dejó caer. Pero casi al mismo tiempo, comienzan las agitaciones. Los socialistas, que habían colaborado con el dictador, conspiran junto a los republicanos para cambiar el régimen. En agosto de 1930 se forma un comité en San Sebastián donde están los pesos pesados del republicanismo: Miguel Maura, Alcalá Zamora, Azaña, Lerroux… Entre otras cosas, traman un golpe de Estado que termina quedándose en una sublevación militar en Jaca.
El rey Alfonso XIII, por su parte, encomienda el Gobierno al general Berenguer, primero, y al almirante Aznar, después. El filósofo Ortega y Gasset escribe entonces un sonado artículo titulado: “El error Berenguer”. Lo que España necesita –sostiene el filósofo- no es un mero cambio de gobierno, sino un cambio de espíritu: víscera cordial, energía nacional, altura histórica. Ortega funda con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio de la República. Será la cobertura intelectual del comité que, en el plano de la maniobra política, ya está trabajando para derribar a la monarquía: Miguel Maura, Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora… El comité termina dando con sus huesos en la cárcel después de la intentona golpista de Jaca, pero sólo recibirá penas muy suaves.
Alfonso XIII, a la desesperada, intentó volver a la monarquía parlamentaria. El rey creía que para eso necesitaba a la izquierda y a los republicanos, así que intentó por todos los medios congraciarse con ellos. Decidió sustituir a Berenguer y buscó entre sus amigos, los políticos de la vieja situación, a alguien que pudiera presidir el Gobierno. Todos le dijeron que no: ni Romanones, ni García Prieto ni ninguno de los viejos cacicones de la Restauración. Hasta ese punto la monarquía había perdido pie. Sólo un hombre aceptó el encargo del Rey: el periodista y político Sánchez Guerra. Y lo primero que hizo fue acudir a la cárcel donde estaban Maura y Alcalá Zamora, los líderes republicanos, y ofrecerles entrar en el Gobierno. Éstos no aceptaron. Finalmente se constituyó un nuevo Gobierno encabezado por un almirante, Juan Bautista Aznar. Era el 18 de febrero de 1931. Una semana antes se había publicado el manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República. La situación ya era irreversible.
Elecciones al revés
El 12 de abril de 1931 se celebran elecciones municipales. Ganan claramente las candidaturas monárquicas. Los monárquicos vencen en 42 provincias con 22.150 puestos de concejal. Los republicanos y socialistas ganan en ocho provincias con 5.875 concejalías. Los republicanos han perdido y lo saben. Pero han ganado en las capitales de provincia y eso les da esperanzas para las próximas elecciones generales. Ninguno de ellos piensa que pueda hacerse con el poder al día siguiente. Los monárquicos, por su parte, han ganado, pero están aterrados al ver que las capitales de provincias están en manos republicanas.
A partir de aquí se desata una febril actividad entre bastidores, detrás de las cortinas. Hay tres fuerzas que empiezan a actuar a la vez. Por un lado, una parte de los republicanos decide agitar la calle: en el Ateneo de Madrid –centro de operaciones de la masonería- y en la Casa del Pueblo socialista en la capital se forman “espontáneas” manifestaciones que se dirigen hacia el Palacio de Oriente, residencia del rey, y la Puerta del Sol, portando pancartas y aireando un supuesto telegrama –en realidad, una intoxicación- en el que el Rey renuncia a la corona. La segunda fuerza que empieza a actuar es la de los propios monárquicos en rendición: el conde de Romanones, ministro de Estado, y el general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, se acercan a los republicanos y presionan para que el rey abandone. Y la tercera fuerza es la decisiva: Miguel Maura, una de las cabezas del movimiento republicano, que empieza a maniobrar a toda velocidad.
En la casa del doctor Marañón, Maura y Alcalá Zamora se entrevistan con el Conde de Romanones. Éste les dice que el rey está convencido de que el país va a una guerra civil y que sopesa dejar el poder. La Corona está dispuesta a que haya cuanto antes elecciones constituyentes. Maura corre a ver a sus compañeros del comité revolucionario. Sin perder un minuto, se dirige al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, donde ya está la muchedumbre movilizada por el Ateneo y el PSOE. La mayoría de los líderes republicanos no se creen lo que están viendo. Azaña teme que en cualquier momento llegue la guardia civil y los meta a todos en la cárcel. Y la guardia civil llega, sí, en la persona de su jefe, el general Sanjurjo, pero no para detener al comité revolucionario, sino para ponerse a las órdenes del nuevo Gobierno. Los republicanos han ganado. Ese mismo día, Alfonso XIII se marcha. El 14 de abril, los socialistas Besteiro y Saborit proclaman por su cuenta la República desde los balcones del Ayuntamiento de Madrid. ¿Quién lleva a Besteiro al Ayuntamiento? Un jovencito llamado Santiago Carrillo, en el coche oficial de Saborit.
No era esto, no era esto
El discurso republicano, en boca de gentes como Ortega, se vestía con ropajes regeneradores: se proclamaba la República para salvar a la nación, remozar el país, resucitar la Historia de España. La monarquía había demostrado que ya no vale: es un régimen parcial, de facción, que no atiende a los intereses nacionales. Por eso hacía falta una República concebida como una gigantesca empresa histórica. El proyecto orteguiano era típicamente liberal. Había que establecer una separación clara de los poderes ejecutivo y legislativo. Quería implantar un Parlamento de una sola cámara, elegido por las regiones y asistido por comisiones técnicas. Aspiraba a construir una estructura regional (pero no federal) del Estado, en grandes provincias gobernadas por asambleas y gobiernos locales. Se proponía proclamar un estatuto general del trabajo, con sindicación obligatoria de los trabajadores. Apuntaba a adoptar una economía organizada, con cierto grado de planificación económica por parte del Estado, para construir un Estado social. Por supuesto, predicaba la separación de Iglesia y Estado.
Pero la “línea Ortega” no era la única en liza, e incluso puede decirse que era minoritaria. Al lado, y por encima de ella, estaba la posición mucho más radical que venía marcando Manuel Azaña, que hasta ese momento no había pintado gran cosa en la vida pública española, pero que desde la descomposición de la dictadura había empezado a cobrar enorme peso desde su tribuna en el Ateneo. Para Azaña, los cambios que España necesitaba tenían que afectar a la médula misma de la nación; se trataba de amparar una revolución “burguesa” como la que hizo Francia en 1789. Azaña no ahorraba vocabulario: “Demolición”, “Destrucción creadora”, etc. “Concibo la función de la inteligencia en el orden político –decía- como empresa demoledora. En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Igual que hay gente que hereda la sífilis, así España ha heredado su Historia”. España estaba enferma de su historia y Azaña se proponía acabar con ella, “extirparla como un tumor”. El programa radical de Azaña tenía desde el principio tres objetivos muy claros: acabar con la Corona, extirpar la religión y aniquilar al ejército.
(El diario La Voz celebra el advenimiento del nuevo régimen)
No todo el ámbito republicano estaba en las posiciones de Azaña. Niceto Alcalá Zamora, por ejemplo, anunció solemnemente en la Plaza de Toros de Valencia el advenimiento de una República de derechas “bajo la advocación de la Virgen de los Desamparados y con la bendición apostólica del cardenal arzobispo de Toledo”, nada menos. De hecho, la Iglesia se mostró conciliadora desde el primer momento e incluso castigó a los prelados que se habían manifestado hostiles al nuevo régimen. Sin embargo, prevaleció el ala más radical y jacobina del movimiento republicano. En el mismo mes de mayo de 1931 comienza la quema de conventos. La II República distará de ser un régimen ejemplar.
¿Y qué fue de la Agrupación al Servicio de la República? Se disolvió entre manifestaciones de desencanto. Ortega y Gasset, publicó muy pronto, el 9 de septiembre de 1931, un artículo muy crítico titulado “Un aldabonazo” donde decía:
“Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!» La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo”.
El tiempo le iba a dar enseguida la razón. El mejor balance de la amarga experiencia de la II República fue el que hizo un ilustre liberal, Salvador de Madariaga, y decía así: “¡Qué bella era la República en tiempos de la Monarquía!”.
La edición de las verdaderas memorias de Niceto Alcalá Zamora, robadas en 1937 por el Gobierno del Frente Popular de la caja de seguridad de un banco madrileño, en la que su dueño las había guardado, permiten reconstruir las elecciones de 1936. La izquierda se hizo con la mayoría absoluta en las Cortes primero a tiros y palos, y después en la comisión de actas.
En realidad no hubo un solo pucherazo, sino dos, más un golpe de estado parlamentario; y mientras tanto, en las calles las bandas de matones de la izquierda se dedicaban a los actos revolucionarios del saqueo, el incendio y el crimen político. Los pucherazos se produjeron en las parlamentarias de febrero –celebradas en dos vueltas– y en la revisión de los resultados en la comisión de actas de las Cortes, en marzo; el golpe parlamentario fue la destitución inconstitucional de Alcalá Zamora, en abril.
De las dos elecciones más importantes de los años 30, las municipales de 1931 y las parlamentarias de 1936, no tenemos los datos oficiales, porque los Gobiernos, ambos de centro-izquierda, no los dieron, lo que hace sospechar de su legitimidad. Los resultados se reconstruyeron en las décadas posteriores. En el caso de las elecciones del 12 de abril de 1931 se dan las cifras de 22.000 concejales monárquicos y 5.700 de las listas de la conjunción republicano-socialista, aparte de los correspondientes al PNV, la Liga Regionalista catalana y la Esquerra Republicana de Cataluña. La caída de la Monarquía se debió no a las urnas, sino a la desmoralización del rey y sus cortesanos y a las maniobras golpistas de los socialistas y los republicanos burgueses. Las Cortes más democráticas, disueltas antes de plazo
Las elecciones de 1936 se celebraron después de que el presidente de la República, el exministro de Alfonso XIII (de Fomento y Guerra) Niceto Alcalá Zamora, dictase la disolución de las Cortes elegidas en noviembre de 1933, en las que la CEDA, la coalición de derechas, obtuvo 115 diputados, mientras que el PSOE consiguió sólo 59. Las izquierdas y Manuel Azaña trataron de que Alcalá Zamora impidiese la apertura de esas Cortes, a las que consideraban ilegítimas, pero éste se negó. Sin embargo, sí obstaculizó el funcionamiento de las Cortes, hasta el punto de que el 7 de enero de 1936 recurrió a su facultad constitucional de disolverlas (lo podía hacer dos veces durante su mandato de seis años).
Las primeras Cortes ordinarias de la República, elegidas en lo que el historiador Stanley Payne considera las elecciones más libres y transparentes registradas en España hasta entonces (las primeras en las que participaron las mujeres, por cierto), duraron sólo dos de los cuatro años previstos.
La reciente publicación de la primera parte de las memorias inéditas de Alcalá Zamora, recuperadas en 2008 gracias a la intervención de los historiadores César Vidal y Jorge Fernández-Coppel, aporta más datos sobre el pucherazo de la izquierda, sobre todo del PSOE, en las elecciones de febrero. Los burgueses quieren favorecer a la izquierda
Tanto Alcalá Zamora como el presidente de Gobierno que él había nombrado, el masón y sexagenario Manuel Portela (que también había sido ministro de la Monarquía, en 1923, y que en la guerra se ofrecerá a los nacionales y a los rojos como personalidad de prestigio), estaban convencidos de la victoria de la coalición de derechas, el Frente Nacional Contrarrevolucionario; hasta el punto de que el primero aconsejó al segundo echar una mano a las candidaturas de izquierdas. Así lo explica en esta frase (gramaticalmente incorrecta, por cierto):
Con motivo de ser hoy la proclamación de candidatos, se confirma y acentúa cuán lejos de vocingleras e impacientes ilusiones están las posibilidades de la izquierda, a pesar de que Portela promete, y yo se lo aconsejo reiteradamente, procure no quitarles un acta y aun favorecerles lícitamente en cuanto pueda.
La misma tarde del día de las votaciones, los militantes de izquierdas salieron armados en cuadrillas y causaron tal terror, que numerosos alcaldes y concejales huyeron y varios gobernadores civiles dimitieron. Los izquierdistas aprovecharon el vacío de poder para manipular la documentación electoral y preñar las urnas. Fue el caso de Cáceres, donde ganó la CEDA, pero la izquierda convirtió en vencedora a la candidatura del Frente Popular, encabezada por José Giral.
Los primeros resultados que se conocieron fueron los de las ciudades de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao y Sevilla, donde el Frente Popular quedó primero; eso, más los tumultos perfectamente preparados (Alcalá Zamora reconoce que el PSOE había elaborado listas negras), amedrentó a las derechas y a las autoridades. El mismo Alcalá Zamora, que se negó a declarar el estado de guerra para no provocar a la izquierda ni justificar "un golpe de estado reaccionario", su gran miedo, cuenta que su mujer se trasladó al Palacio de Oriente para evitar cualquier ataque.
El cobarde Portela dimitió y el 19 de febrero Alcalá Zamora encargó la presidencia del Gobierno a Manuel Azaña, sin que siquiera se hubieran comunicado los resultados oficiales de la primera vuelta. Desde el Gobierno, el Frente Popular dirigió la segunda vuelta. Los documentos de las memorias robadas
La Secretaría General de la Presidencia de la República elaboró para el presidente un promedio de los votos obtenidos por las candidaturas el día 16, que es una de las novedades de este libro:
– Izquierda: 4.358.903.
– Centro y PNV: 556.010.
– Derecha: 4.155.126.
Entre los dos bloques había una diferencia en sufragios de 203.000. A la vista de las violencias ejecutadas por las bandas de pistoleros de las izquierdas cabe preguntarse si el Frente Popular no habría quedado por debajo del Frente Nacional de haber sido completamente libres las elecciones.
Otra de las novedades son las previsiones del reparto de actas entregado a Alcalá-Zamora en las horas posteriores a las elecciones por el Gobierno de Portela y que muestran una mayoría para las derechas:
– CEDA: 134, más incluso que los 115 obtenidos en 1933.
– Ministeriales (el centro montado por Alcalá-Zamora y Portela): 115.
– PSOE: 55, cuatro menos que en la legislatura anterior.
– Izquierda Republicana: 56.
– Renovación Española: 23, en auge.
– Liga: 20.
– Comunistas: 2.
– Falange: 1.
– PNV: 7.
Por muy desigual que fuera la ley electoral elaborada por las Cortes de Azaña y el PSOE, la diferencia de votos auténtica no habría dado una distancia tan grande en diputados entre ambos bloques como la que quedó tras la segunda vuelta.
El 24 de febrero Manuel Becerra, que fue ministro de Justicia en el último Gobierno de Portela, le dijo a Alcalá-Zamora que al menos cincuenta actas cambiaron de la derecha a la izquierda durante el primer pucherazo. El escándalo de la comisión de actas
El segundo tuvo lugar con la Cortes ya abiertas, lo que ocurrió el 17 de marzo: se formó una comisión para la revisión de las actas discutidas presidida por el socialista Indalecio Prieto. De las 456 actas presentadas, sólo 187 no tenían protesta de legitimidad. A los debates de la comisión los precedió una campaña de desprestigio de la prensa de izquierdas. El Socialista de 20 de marzo escribió: "Ni un solo diputado de derechas puede afirmar que alcanzó limpiamente su escaño".
En esa comisión el Frente Popular, con el respaldo del PNV, robó un puñado más de escaños a la derecha: la CEDA pasó de 101 diputados a 88 y el PSOE subió de 88 a 99. Así cambiaron de siglas 32 actas, que fueron en su mayoría a la izquierda. Además, se anularon las elecciones en dos provincias donde la derecha había ganado, Cuenca y Granada, y se ordenó que se repitieran en mayo. Ante la violencia de las bandas socialistas y comunistas, las derechas renunciaron a presentarse en Granada, donde los milicianos detenían en las calles a sus adversarios, y el Frente Popular ganó en Cuenca.
Al final del proceso, el Frente Popular, unido al Frente d’Esquerres catalán, superaba los 280 diputados.
Una vez construida una mayoría absoluta con fraudes y tiros, la misión de esas Cortes ilegítimas fue la destitución de Alcalá Zamora por un mecanismo inconstitucional. El 8 de abril de 1936, veinte meses antes de cumplir su mandato, el abogado andaluz fue destituido por la misma izquierda a la que tanto había ayudado, al disolver las Cortes con mayoría de derechas (a las que calificó de "Parlamento fernandino") y ordenar a Portela que procurase favorecer a los candidatos del Frente Popular. Sólo cinco diputados votaron en contra de su remoción.
CINCO DOCUMENTOS QUE DESMONTAN EL MITO DE GUERNICA
Esta semana se cumplió el 80 aniversario del bombardeo de Guernica. A propósito de este acontecimiento, se ha generado un debate en el mundo académico centrado fundamentalmente sobre la culpabilidad directa del general Francisco Franco Bahamonde en este ataque y sobre el número de fallecidos que ocasionó. Tomando estas dos ideas como referencia, vamos a hacer referencia a cinco documentos que pueden ayudar a entender mejor este acontecimiento histórico.Hugo Sperrle
El primero, un informe inédito fechado el 23 de diciembre de 1936, enviado por Franco al jefe de la Legión Condor, el general Hugo Sperrle:
"Respecto a la instalación de una base de organización de personal y material de alguna población del Norte próxima a un puerto del Atlántico que estuviese a salvo de posibles ataques por tierra y aire, para lo cual sería conveniente reducir la bolsa de Asturias. S. E. ha estudiado con todo detalle las operaciones que habría que hacer para acabar con el problema del Norte y ha sacado la convicción de que son necesarios efectivos de cierta importancia, de los que ahora nos disponemos, para resolver el problema del Norte.
Ahora bien, las noticias que nos llegan del campo rojo confirman la impresión de fatiga tanto de los dirigentes como de los milicianos rojos. Especialmente en el campo nacionalista vasco, desean terminar la lucha y no sería extraño que muy pronto pidieran parlamentar. A este respecto los bombardeos sobre Trubia y Reinosa, han ocasionado gran depresión".
El segundo, la orden emitida por Sperrle para las fuerzas bajo su mando, tras recibir este informe:
"Una acción operativa en la (provincia vasca) al norte. Hay falta de alimentos allí. Según el general Franco, ya [han sido] abiertas negociaciones para su rendición. Hasta ahora, poca defensa aérea. Inexistencia de aviones modernos confirmada, [por lo que] los Ju (s) pueden ser empleados sin protección de cazas. Objetivos: fabricas de armas y municiones, instalaciones portuarias, suministros de alimentos, y posiblemente actos de terror para alentar las negociaciones".
El tercero, una carta inédita del general Alfredo Kindelán Duany, jefe de la aviación sublevada al general Franco, fechada en Salamanca, el 12 de abril de 1937:
ARMA DE AVIACIÓN
JEFATURA DEL AIRE
"Excmo. Sr.
Parece superfluo, para quien como V.E. conoce al detalle, por haberlas seguido paso a paso, las actuaciones magníficas de las Fuerzas Aéreas de nuestros aliados, que colaboran con entusiasmo y valor desde su principio en el Movimiento Nacional, destacar la eficacia reiterada de sus servicios que pueden simbolizarse en número –260 aviones rojos destruidos– o en nombre –Estrecho de Gibraltar, Badajoz, Talavera, Toledo, Irún, Oviedo, Ochandiano–.
En los éxitos repetidos y en el buen rendimiento de su empleo táctico, colaboraron, por igual, tres factores: la clase del material, la alta calidad técnica y moral del personal y las altas dotes de los mandos Italiano y Alemán.
Pero es deber inexcusable, en el Jefe que suscribe, hacer presente un defecto, que la realidad ha puesto al descubierto; defecto que aminora el rendimiento de tan magnífico instrumento de guerra y puede ser causa, en el porvenir, de algún suceso desagradable. No existe la necesaria unidad de mando de las Fuerzas Aéreas, que proceden con excesiva autonomía, con perjuicio, en muchos casos, del Ejército de Tierra. En cuestiones de mando militar no pueden existir más que dos criterios opuestos: la diversificación y la unificación, con el primero se pierden las batallas y las guerras, con el segundo se ganan.
Ocurre Excmo. Sr., que a veces por la autonomía excesivas de las aviaciones Italiana y Alemana se desaprovechan excelentes ocasiones de actuar desde el aire y en otras se deja en situaciones difíciles o incómodas a algunas tropas, por no obedecer los mandos aliados las indicaciones V.E. por mi transmitidas, juzgando la situación general con arreglo a su propio criterio, fundado en las informaciones fragmentarias o insuficientes que poseen, o deformado por prejuicios doctrinales. Así ha sucedido recientemente, con ocasión de las reiteradas órdenes de acción cooperación las tropas de la División Reforzada de Madrid, duramente atacadas, órdenes hasta hoy incumplidas.
Esta situación equívoca, no debe prolongarse un día más, por el riesgo que entraña, a juicio del General que subscribe. Precisa que exista un mando único, clara y plenamente aceptado por todas las Fuerzas Aéreas colaborante.
En general, el buen deseo y la natural coincidencia de criterios ha hecho y hará innecesario el empleo de los resortes del mando, pero es preciso que al producirse una discrepancia exista una opinión que prevalezca y una autoridad que la imponga.
No se trata de cuestión de personas, todas dignas del máximo respeto, sino de principios militares; ni el Jefe del Aire pretende recabar la suprema autoridad indicando, como posible solución de la que los Generales Sander, Manzini y Kindelán manden respectivamente las aviaciones alemana, italiana y española, bajo las órdenes del Generalísimo, transmitidas por intermedio de un General Jefe del Estado Mayor del Aire.
Cualquiera que sea la solución que se adapte, parece evidente que el mando supremo de la aviación, por delegación de V.E., debe ser ejercido por un General español.
Con haber sometido este importante asunto a la superior resolución de V.E. creo haber salvado una grave responsabilidad e iniciado el camino para una actuación aérea futura tan brillante como la actual pero con beneficio de su eficacia y rendimiento.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Salamanca, 12 de Abril de 1937
El General Jefe del Aire Alfredo Kindelán"
Wolfram von Richthoffen
El cuarto, el diario del teniente coronel Wolfram von Richthoffen, jefe de Estado Mayor de la Legión Condor, y responsable, junto a su jefe, el general Hugo Sperrle, de la aviación en la campaña de Vizcaya:
26/III/1936
Queda convenido con Vigón:
Por la mañana determinamos en común la hora del ataque, con lo que la aviación, según el tiempo, decide.
Concreción del ataque sólo cuando haya comunicados de los jefes de la artillería de que el fuego artillero está listo, y de los jefes de las brigadas de que la infantería está en las posiciones de ataque.
Mis propuestas sobre la acción de la aviación, y con ello de los centros de gravedad, pasan sin discusión.
26/IV/1936
A las siete, Vigón me expuso la siguiente situación:
La 1ª brigada ocupó la vertiente este del Oiz y avanza al noroeste. La presión sobre el norte es muy débil, al estar las tropas muy cansadas, y por su derecha están totalmente al descubierto a causa de que la 4ª brigada permanece en el sitio. Estoy contento de esto último, porque el enemigo entonces quedará fijado aquí, y tan sólo con una pequeña presión que haga la 1ª brigada, puede ser copado.
La 4ª brigada, tras haber limpiado algunas posiciones, las ha ocupado, pero no ha avanzado sobre Eibar, como se le había ordenado. Vigón intentó hacia el final de la tarde conseguir esto, dirigiendo personalmente dos batallones; pero fue un intento vano. Con esto, el enemigo ha tenido tiempo de prender fuego a Eibar durante la noche en cada esquina de la ciudad. Hoy fue ocupada tempranamente sin combate. Ahora se debe atacar avanzando sobre Marquina y hacia el oeste.
Empleamos inmediatamente A/88 (aviones de reconocimiento) y J/88 (cazas) sobre las carreteras de la zona de Marquina-Guernica-Guerricaiz. Los K/88 (bombarderos) (tras volver de Guerricaiz), los VB/88 (bombarderos experimentales) y los italianos, con dureza, sobre carreteras y puente (arrabales inclusive) pegados a Guernica por el este. Allí hay que cerrar, ha de conseguirse finalmente un triunfo contra el personal y material enemigos.
Vigón empeña su palabra de que imprimirá a sus tropas un ritmo tal, que todas las carreteras al sur de Guernica quedarán bloqueadas. Si lo conseguimos, tenemos metido en la bolsa al enemigo alrededor de Marquina.
27/IV/1936
Puesto que Guernica parece que está bloqueada, esta habría sido la condición para la captura de los rojos, que así se nos vuelven a escapar. Da náuseas, que todos los esfuerzos son convertidos en vanos una vez tras otra por la flojedad de los españoles.
30/IV/1936
Guernica, ciudad de 5.000 habitantes, ha sido literalmente asolada. El ataque se realizó con bombas de 250 kilos y bombas incendiarias, de estas últimas aproximadamente un tercio del total arrojado (…).
La ciudad estuvo bloqueada 24 horas por lo menos, lo que hubiera sido condición ideal para un gran éxito, con sólo haber lanzado las tropas detrás. Así pues, sólo un completo éxito técnico de nuestras bombas de 250 y de las ECB 1.
Edificios en ruinas tras el bombardeo de Guernica
El quinto, el testimonio de Castor de Uriarte, arquitecto municipal de Guernica, testigo del bombardeo y encargado de dirigir la extinción de los incendios tras el ataque, y fundador de Acción Nacionalista Vasca:
En el refugio de Santa María murieron 45 personas.
Por la bomba que cayó en una de las alas del Asilo Calzada, murieron 33 personas, entre ellas dos monjas, Hijas de la Caridad; eso que figuraba una bandera con la cruz roja en el techo y otras dos en las ventanas, que se veían claramente.
En la carretera que sube a Lumo, en la cueva de "Udetxea", donde se metieron varias personas en una alcantarilla, acertó a caer una bomba en la boca de la misma, mataron a todos los allí refugiados.
Estas fueron las víctimas en mayor número; las demás cayeron de una en una, en los alrededores del puente de Rentería, en casas que se derrumbaron y otras ametrallaron los cazas.
Pueden calcularse los muertos, en 250 y los heridos en muchos más.
De estos documentos, se pueden sacar los siguientes datos generales:
Primer, Franco aceptaba, como queda insinuado en el primer documento, que los ataques aéreos sobre Vizcaya podían ayudar a reducir la resistencia de los nacionalistas vascos, y favorecer las negociaciones que, desde antes de que comenzara la Guerra Civil, se venían desarrollando entre el PNV y los sublevados. Y así lo ratificaba Sperrle en su informe operativo para sus tropas.
Segundo, frente a lo que afirman algunos autores a propósito sobre que la Legión Condor actuaba de forma disciplinada y no realizaba ninguna acción que no le fuera ordenada por el mando sublevado, la carta de Kindelán demuestra que eso no era cierto. Los alemanes actuaban con autonomía priorizando sus intereses políticos y militares frente a los del mando sublevado, es decir Franco. Por tanto, no se puede afirmar que era imposible que los alemanes actuaran por su cuenta. De hecho, la carta de Kindelan demuestra lo contrario: Los mandos alemanes actuaban por su cuenta siempre que lo estimaban oportuno.
Tercero, el bombardeo de Guernica fue decidido por Richthoffen y ratificado por Sperrle tomando en consideración la situación general del frente. Su objetivo era copar las tropas gubernamentales que huían, y también probar la combinación de bombas de 250 kg. e incendiarias de 1 kg. No había ningún proyecto de exterminio –"genocidio" según algunos autores– del pueblo vasco. Fundamentalmente porque resulta absurdo mantener esa teoría sobre el bombardeo de una población de 5.000 habitantes. Máxime cuando miles de vascos y navarros integraban las brigadas navarras, que estaban bajo el mando del general de esa región, José Solchaga, y tenían jefes como los coroneles Los Arcos y Cayuela. Tampoco se deduce ningún objetivo político en el ataque, como han defendido algunos autores, amparándose en el carácter simbólico de Guernica para los nacionalistas vascos –también para los carlistas que integraban las fuerzas militares sublevadas–. De hecho, ni la Casa de Juntas ni el Roble Sagrado fueron atacados. Por el contrario, la zona bombardeada se correspondía con el este de la villa, donde estaban las carreteras, cuya obstrucción permitiría copar a las tropas gubernamentales en retirada.
Cuarto, la decisión de atacar Guernica fue tomada por el tercer escalón del mando sublevados, constituido por el general Sperrle y el general Solchaga, cuyos jefes de Estado Mayor eran Richthoffen y el coronel Juan Vigón. Este escalón era el encargado de desarrollar el plan de ataque sobre Vizcaya elaborado por Mola y aprobado por Franco. La aviación rebelde, bajo mando alemán, estaba autorizada a realizar las acciones aéreas que considerada oportunas para favorecer el avance de la infantería. Y eso fue lo que se hizo el 26 de abril bombardeando Guerricaiz y Guernica, con un objetivo claro: acelerar la derrota de las fuerzas gubernamentales. Aunque también hubo un objetivo experimental como ya hemos indicado.
Quinto, el número de muertos, como han demostrado los trabajos de Gernikazarra y queda patente en el testimonio de Uriarte, que estuvo presente cuando se extrajeron los cadáveres del refugio de Santa María y del Asilo Calzada, no pasó de 250. Por tanto, quienes afirman sin pruebas que los muertos fueron más de 2000, llegando a poner incluso un 0 más en los de Santa María, para convertirlos en más de 400, no se ajustan a los hechos y tergiversan la verdad histórica.
Una acción puramente militar
Por lo tanto, de los datos anteriormente expuestos se deduce que el ataque a Guernica fue una acción puramente militar que las circunstancias posteriores convirtieron en un mito. El responsable de la misma fue el general Franco, no sólo porque era el Generalísimo de los Ejércitos sublevados, sino porque con sus decisiones creo la dinámica que hizo posible este ataque. Sin embargo, no existe ningún documento que demuestre que el diera directamente la orden de ataque, y menos que fuese a las 7 horas de la mañana, como se afirma en una obra recientemente publicada. Como tampoco existe ninguna fuente que demuestre que los muertos fueron más de 2.000. Afirmar ambas cosas sin sostenerlas sobre fuentes históricas resulta una frivolidad.
Las ‘Trece rosas’: una historia donde nada es rosa
La izquierda española, para seguir manteniendo su hegemonía ideológica, necesita reescribir continuamente su historia y deformarla.
La capacidad de la izquierda para construir leyendas es realmente admirable. El caso de las llamadas “trece rosas” es un perfecto ejemplo. Empezando por la circunstancia de que a esas mujeres fusiladas en 1939 se las considere socialistas cuando, en realidad, eran comunistas. Pero para entender adecuadamente el capítulo, en el que nada es rosa, conviene ponerlo en su contexto.
Cuando acabó la guerra civil, el Partido Socialista Obrero Español estaba literalmente triturado, dividido en al menos cuatro facciones. Hay que recordar que el último acto de la contienda es una batalla intestina en el bando del Frente Popular: a un lado, el Consejo de Defensa de Madrid, liderado por el socialista Besteiro con el coronel Casado y el anarquista Cipriano Mera; al otro, el gobierno del también socialista Negrín, entregado al Partido Comunista y cuyos principales líderes ya habían huido del país.
Aquella batalla no fue cosa menor: hubo cerca de 2.000 muertos. Sobre esta ruptura se añadió inmediatamente otra en el exilio: los socialistas de Indalecio Prieto, por un lado, contra los de Negrín, que a estas alturas ya había sido expulsado del PSOE. Prieto y Negrín no peleaban por razones ideológicas, sino por controlar el tesoro expoliado y expatriado por los jerarcas republicanos para sufragar su exilio. El PSOE nunca se recuperará de estos desgarros, y por eso su trayectoria bajo el franquismo fue tan poco relevante. Pero aun antes había habido otra ruptura, esta de mayores consecuencias: la de las Juventudes Socialistas, que fueron el instrumento de Moscú para fagocitar al PSOE.
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Recordemos sumariamente los hechos: desde abril de 1936, con el protagonismo de Santiago Carrillo y por instrucción directa de Moscú, las organizaciones juveniles del partido socialista y del partido comunista se fusionan en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Cuando estalla la guerra, los militantes de las JSU ingresan en masa en las llamadas Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, la organización paramilitar del Partido Comunista, a la que tan pronto veremos en el frente como en la represión ejecutada en la retaguardia. Finalmente, en noviembre de 1936 y bajo la dirección personal de Santiago Carrillo, las JSU rompen con el PSOE y se pasan al Partido Comunista. Las JSU, por tanto, eran una organización dependiente del PCE, enteramente subordinado a su vez a la Komintern y al Partido Comunista de la Unión Soviética, cuyo líder, por si alguien lo ha olvidado, era Stalin. Todas estas cosas son bien sabidas y los propios protagonistas las han contado reiteradas veces. Es asombroso que aún sea preciso recordarlas.
Cuando acabó la guerra civil, en abril de 1939, los principales cuadros del Partido Comunista ya estaban en el extranjero. Primero en Francia, pero París proscribió a los comunistas después del pacto de Stalin con Hitler (agosto de 1939), así que casi todos acabaron en Moscú. Cerca de un millar de personas se instalaron en la capital soviética. Meses antes, en junio, Santiago Carrillo había publicado su célebre carta contra su propio padre, el socialista Wenceslao, de la facción de Besteiro, acusándole de traición.
Los socialistas –decía entre otras cosas Santiago Carrillo- habían dejado en la cárcel a millares de comunistas para que las tropas de Franco los encontraran allí al entrar en Madrid. Eso era verdad. La carta tenía por objeto exculpar al PCE –y sobre todo al propio Santiago- de responsabilidad en la derrota y romper cualquier lazo entre el PCE y el PSOE.
Consiguió su objetivo, aunque a Carrillo le costaría recuperar su posición en la cúpula de un PCE cuyo buró político se reunía en Moscú en un ambiente de tempestad. No era para menos: José Díaz, el ya muy quebrantado secretario general, acusaba de traición a las JSU, es decir, a Carrillo.
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El episodio de las “trece rosas” tiene que inscribirse en este contexto. En el verano de 1939, lo que ha quedado del PCE en España es menos que nada: los que no han huido, han sido ejecutados por los socialistas en el golpe de Besteiro y Casado –véase el caso de Barceló- o están presos y esperando juicio o paredón.
El primer intento de reconstrucción del partido en torno a Matilde Landa es frustrado de inmediato por la policía (Matilde fue condenada a muerte, pero una intervención del filósofo García Morente, ya sacerdote, la salvó del paredón). Acto seguido toma su testigo Cazorla, viejo camarada de Carrillo en los días de Paracuellos, pero con la misma rapidez es delatado desde el interior. Son episodios que he documentado abundantemente en “El libro negro de carrillo” (Libros Libres, Madrid, 2010).
En Madrid permanecen, sin embargo, núcleos menores de las JSU, que sienten la necesidad de multiplicar las acciones para eludir esa acusación de traición que la cúpula del Partido formula contra ellos. Ahora bien, esos sectores que aún quedan en la capital son los más vinculados a la represión roja en retaguardia, dirigidos por líderes de tercer o cuarto nivel y prácticamente sin comunicación con la cúpula de la organización, que está en el extranjero. Son tales líderes los que, supuestamente, tramaron el asesinato de Isaac Gabaldón a finales de julio de 1939.
El comandante Isaac Gabaldón, guardia civil, estaba adscrito al Servicio de Información Militar de Gutiérrez Mellado y era encargado del Archivo de Logias, Masonería y Comunismo, es decir, un puesto clave de la represión de posguerra. Fue asesinado en la carretera de Talavera junto a su hija (Pilar, 16 años) y su chófer.
El asesinato fue imputado a los comunistas, o sea, a las JSU. Hubo una redada que desmanteló los últimos restos del partido comunista en Madrid y llevó al tribunal, primero, y al paredón después, a 56 personas, entre ellas las jóvenes que luego la propaganda comunista bautizará como las “trece rosas”.
El mismo día del asesinato, según refiere Piñar Pinedo citando una resolución judicial del 20 de octubre de 1939, apareció en la prisión de Porlier nada menos que Gutiérrez Mellado para excarcelar a uno de los detenidos, el militante comunista Sinesio “el Pionero”, que resultó ser un confidente del SIM. Sólo él se salvó. Y enseguida desapareció para siempre. Todo el episodio del asesinato de Gabaldón y la investigación posterior está lleno de misterios y contradicciones. No es, en todo caso, el objeto de este artículo.
Los 56 detenidos en aquella operación fueron acusados de terrorismo, tanto por el asesinato de Gabaldón como por otras tentativas. Objetivamente, terrorismo era. Después, la mitología de la izquierda española ha convertido a las víctimas, y en particular a las “trece rosas”, en leyenda. La placa que conmemora su muerte dice que “dieron su vida por la libertad y la democracia”. No: dieron su vida –o, más bien, se la quitaron- por la dictadura del proletariado y por la revolución bolchevique, que era en lo que realmente creían. Su historia no carece de valor, como la de todos los que mueren defendiendo sus ideas, pero invocar al efecto “la libertad y la democracia” es un disparate que sobrepasa los límites del ridículo. Salvo que aceptemos a Stalin como adalid de la libertad y la democracia. Y pulpo, como animal de compañía.
La realidad de los hechos es esta: nada en este episodio es rosa, ni en un lado ni en el otro. La represión de posguerra es respuesta directa a la de la guerra, como ocurre en todas las guerras civiles que en el mundo han sido. Reconstruir el episodio como si fuera una película de buenos y malos es un infantil ejercicio de estupidez. Hoy debería ser posible hablar de estas cosas con cierta frialdad.
Pero la izquierda española, para seguir manteniendo su hegemonía ideológica, necesita reescribir continuamente su historia y deformarla hasta el punto de convertirla en mitología (con la anuencia cómplice y cobarde de una derecha necia hasta el infinito).
Así nos han construido una especie de nuevo santoral donde cada beato tiene su hornacina, y ay de quien ose profanar los altares utilizando palabras inadecuadas. Nada podrá atenuar la pena del reo de blasfemia. Lo próximo será obligar a los culpables a pasear por las calles con sambenito y coroza, para escarnio público. Estamos construyendo la sociedad más histérica de todos los tiempos.
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